Los daños colaterales causados por la marcha triunfal del progreso consumista están desperdigados en todos los ámbitos de las sociedades "desarrolladas" contemporáneas. A medida que disminuye la capacidad de conversar y buscar puntos de entendimiento, lo que solía ser un desafío que debía enfrentarse y resolverse de inmediato, se convierte cada vez en un pretexto para interrumpir la comunicación, escapar y quemar los puentes. Cada vez más ocupados en ganar más para comprar las cosas que sienten que necesitan para ser felices, hombres y mujeres cuentan con menos tiempo para la empatía mutua y para intensas, tortuosas y dolorosas negociaciones, siempre prolongadas y agotadoras, por no hablar de la posibilidad de resolver sus desacuerdos y malentendidos. Esto genera otro círculo vicioso: cuanto más consiguen "materializar" su relación amorosa tal y como los induce la publicidad, menos oportunidades quedan para la mutua comprensión y empatía que requiere la conocida ambiguedad dominio/protección típica del amor.
Los políticos que claman por la resucitación de los agonizantes "valores familiares", y que lo hacen con seriedad, deberían empezar a pensar concienzudamente en las raíces consumistas causantes del deterioro simultáneo de la solidaridad social en las familias.
Zygmunt Bauman, Vida de consumo
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