En tiempos de transición –como este cambio de época en que vivimos-, el poder social del dinero sube hasta parecer el único.
En la España del siglo XV, por ejemplo, los judíos, siendo muy ricos, ocupaban uno de los lugares más bajos en la escala social; tan bajo que los expulsaron como apestados con todo y su dinero. Una pena: no sólo eran ricos, también eran inteligentes, lectores, estudiosos y trabajadores. España se perdió de su dinero y sobre todo de su talento. Y así nos fue. Algo así sería impensable hoy, donde el dinero acapara casi todo lo prestigioso, rivalizando, si acaso lejanamente, con la juventud y la fama. Un político corrupto, un narcotraficante, un estafador o un empresario transa, con tal de ser ricos, gozan de prestigio, de reconocimiento generalizado, de poder social. Y así nos va.
El poder social del dinero ha ido transformando nuestra idea de ciudad al pasar ésta de ser la casa común a convertirse en el escaparate de todos. Si la vemos bien es fea una ciudad así. Pero no la vemos bien pues somos hombres de nuestro tiempo, adoradores de la omnipotencia y omnipresencia del dinero; y su absurdo y su fealdad, o se nos hacen pasables o los vemos como algo que no puede ser de otra manera, pues siempre han estado ahí. Lo cierto es que no siempre ha estado la publicidad en las calles, vino con el auge del consumo, con el endiosamiento del dinero, con el vacío que deja toda transición.
Quizá por eso pueda sonar tan radical proponer el retiro de todos los anuncios públicos: desde los espectaculares en las alturas hasta los pendones en los postes pasando por los autobuses forrados y las vallas en las bardas. Es radical, claro que sí. Radicales debían de ser tantas y tantas decisiones pendientes por tomar en Puebla. Precisamente por serlo, atacan y resuelven de fondo los problemas. Por increíble que nos parezca, los baches siguen siendo tema en Puebla. Porque nada más “bacheamos”, no hacemos calles. Habría que preguntar a los habitantes de Sao Paulo cómo les va sin anuncios en las calles.
Retirar todos los anuncios ubicados en espacios públicos no sólo mejoraría visualmente la ciudad al reducir la contaminación visual. Reduciría los niveles de angustia y depresión, alarmantes ya por el bombardeo continuo de anuncios que nos proponen lo que no podemos –ni debemos, muchas veces,- comprar.
En la España del siglo XV, por ejemplo, los judíos, siendo muy ricos, ocupaban uno de los lugares más bajos en la escala social; tan bajo que los expulsaron como apestados con todo y su dinero. Una pena: no sólo eran ricos, también eran inteligentes, lectores, estudiosos y trabajadores. España se perdió de su dinero y sobre todo de su talento. Y así nos fue. Algo así sería impensable hoy, donde el dinero acapara casi todo lo prestigioso, rivalizando, si acaso lejanamente, con la juventud y la fama. Un político corrupto, un narcotraficante, un estafador o un empresario transa, con tal de ser ricos, gozan de prestigio, de reconocimiento generalizado, de poder social. Y así nos va.
El poder social del dinero ha ido transformando nuestra idea de ciudad al pasar ésta de ser la casa común a convertirse en el escaparate de todos. Si la vemos bien es fea una ciudad así. Pero no la vemos bien pues somos hombres de nuestro tiempo, adoradores de la omnipotencia y omnipresencia del dinero; y su absurdo y su fealdad, o se nos hacen pasables o los vemos como algo que no puede ser de otra manera, pues siempre han estado ahí. Lo cierto es que no siempre ha estado la publicidad en las calles, vino con el auge del consumo, con el endiosamiento del dinero, con el vacío que deja toda transición.
Quizá por eso pueda sonar tan radical proponer el retiro de todos los anuncios públicos: desde los espectaculares en las alturas hasta los pendones en los postes pasando por los autobuses forrados y las vallas en las bardas. Es radical, claro que sí. Radicales debían de ser tantas y tantas decisiones pendientes por tomar en Puebla. Precisamente por serlo, atacan y resuelven de fondo los problemas. Por increíble que nos parezca, los baches siguen siendo tema en Puebla. Porque nada más “bacheamos”, no hacemos calles. Habría que preguntar a los habitantes de Sao Paulo cómo les va sin anuncios en las calles.
Retirar todos los anuncios ubicados en espacios públicos no sólo mejoraría visualmente la ciudad al reducir la contaminación visual. Reduciría los niveles de angustia y depresión, alarmantes ya por el bombardeo continuo de anuncios que nos proponen lo que no podemos –ni debemos, muchas veces,- comprar.
2 comentarios:
Bien, estoy de acuerdo, habría que buscar esa ciudad sin anuncios, también revistas sin anuncios, películas sin anuncios, estudiantes sin anuncios, beisbol sin anuncios, decencia sin anuncios, en fin. Un pero, totalmente adyacente: me habría gustado que a los judíos no los echaran de la España católica no sólo por ser ricos, inteligentes y simpáticos, sino incluso si hubieran sido pobres, burros y aburridos.
Aquí estaremos.
A mí también me hubiera gustado que no los expulsaran, tampoco a los moros. Sólo por ser personas.
Llevaban siglos viviendo en España, no tenían derecho alguno de hacerlo.
El ejemplo me gusta porque es común pensar que el dinero siempre ha sido fuente de todo prestigio y poder social, y no es así. En épocas guerreras los militares y en épocas teocráticas los sacerdotes han sido las grupos líderes.
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